lunes, 2 de noviembre de 2009

La historia jamás contada en El Hobbit

Una soleada mañana, en que la alegría inundaba Erebor, una sombra cruzó la montaña hasta posarse sobre la entrada. Zas-clap (o en su defecto otra onomatopeya indicativa de batir de alas) y el origen de la sombra se posó en el suelo; delicadamente, con una uña, llamó a las puertas de la fortaleza enana.

Las puertas de ésta se abrieron y asomó una nariz regia y altiva seguida de un enano. El enano no era otro que el Rey bajo la Montaña, que asombrado contempló como una draconiana testa se inclinaba hacía él, luciendo sus escamas rojas y doradas.

Disculpe – dijo muy amablemente el dragón, procurando no chamuscar a su interlocutor con su abrasador aliento – siento interrumpir tan apacible y bonito día, sin embargo me gustaría comentar con usted ciertos aspectos de importancia.

El asombrado enano no salía de su asombro, con lo que el dragón, no encontrando impedimento a su discurso, siguió con su explicación.

Verá, mi buen señor enano, como podrá observar por mi forma, mi tamaño y mis cuidadas escamas, soy un dragón, y nosotros los dragones, nos dedicamos al noble y buen oficio de la quema y saqueo de reinos, palacios y montañas. - En este punto el enano empezó a sospechar que sería el desayuno del reptil. - Como he visto su hermosa montaña solitaria, he decidido venir a ofrecerles mis servicios.
Si no fuera inconveniente, podría hacerles una visita, digamos, la semana que viene. Para ahorrar tiempo, a no ser que sea una molestia ¿Podríais, mi buen señor, reunir vuestros tesoros en una sala grande y cálida?

El enano pestañeó solo dos veces por respuesta y el dragón, satisfecho con lo que creyó que era una afirmación, prosiguió:

En fin, quedamos así, amable enano, vendré a saquearos la semana entrante con los tesoros ya reunidos en un gran salón. Adiós, entonces y que tengáis un buen día.

Zus-flas (o de nuevo otra onomatopeya de batir de alas) y el dragón se alejó con la satisfacción del deber cumplido.

En las puertas de Erebor el rey enano se pellizcó dudando aún de no estar soñando.

Fin

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Con este microrrelato gané la primera edición del concuros de microrrelatos celebrada durante la Estelcon 2009 en Cardona. La historia cuenta de forma graciosa lo que pudo pasar antes de la historia narrada en El Hobbit de J.R.R. Tolkien.

Cuento de la doncella

Encontrándome yo en profunda reflexión, sobre antiguos textos perdidos, que había leído en las bibliotecas de Minas Thirith, cansado de estudio y dedicación, a manuscritos proscritos de alejadas librerías. Cabezeando casi vencido por el sueño, en el frío de una noche invernal, tomé la decisión de ir ya al encuentro del lecho y aliviar mi alma de tanto peso con merecido reposo.

Así me encontraba horrorizándome en la oscuridad por el leve crujir de unas cortinas, a causa, sin duda, del leve toque de la maldad de Sauron o quizá de las primeras raíces de una locura incipiente, nacida del tiempo pasado entre aquello que nadie más quiso leer. Cuando, de pronto, un ruido alteró mi mundo y me puso en pie junto a la cama como si helada hoja mi carne hubiese tocado. Pero al prestar al huidizo ruido un atento oído no encontré sino el silencio por respuesta y nada más.

“Será sin duda” me dije en voz queda “algún sirviente tardío, que a malas horas olvidó sus tareas”. Poco a poco mis palabras se fundieron en un nuevo silencio y el sueño siguió de nuevo con su batalla.

A mi mente vino entonces una historia casi olvidada, que en un rincón polvoriento de los viejos archivos Gondorianos hallé un día y leí... ¡ay, leí! Marcada en mi mente quedó la historia, hoy podría decir.

En un olvidado reino, de antiguas guerras lleno, en que los hombres acallaban los latidos de otros hombres a hierro y fuego, una doncella se enamoró ¡Pobre ángel desgraciado! No de un caballero de corte, como hubieran deseado, sino de un capitán, que al pie del castillo o no muy lejos sin duda, dirigía las huestes de los hombres enemigos.

Su amor, desdichado destino, fue por él correspondido, y el ingenio consiguió que él, gran enemigo de las gentes del castillo, se paseara en secreto y disfrazado por las sombras del castillo. Bien podía imaginar, en mis delirios de lector, que aquél truhán enamorado, que la alcoba de su amada visitaba, sería también su perdición.

Como la luz del alba, que a las sombras deshilacha, el secreto de aquellos que no deberían haberse amado, fue por los señores del reino descubierto. Y así, como castigo, aconsejando reflexión, mandaron a la doncella a ocultar su rostro en una encerrada torre, hasta desdecirse de su amor.

Vacías encontró el enemigo las alcobas, y jamás a su amada volvió a ver, pues ésta siguió en la torre, y sólo la muerte la halló.

Y acababa el relato, que del polvo rescaté, contando que aquella dama y en ocasiones su galán, aún visitan las sombras, que su romance buscó.

Así, ensoñado en tales cavilaciones me hallaba, cuando de pronto otra vez el ruido me sobresaltó. Oscuro el frío me abrazaba, y jamás tanto terror sentí. Pero sacando de la nada fuerzas que en mí no conocía, me atreví a dirigirme a la fuente del sonido, que no era otra que la alcoba contigua, en apariencia vacía pues tan sólo yo moraba, como único invitado, en esas estancias de la Ciudad Blanca.

Y a mi mente vino el recuerdo de aquella historia leída y la duda de si no serían los mismos pasillos, los que ante mi se alzaban, los que espectros incorpóreos por roto amor rondaban. Mi valor tomo la forma de queda llamada a la puerta y el horror de una inesperada pero temida respuesta se articuló con un áspero y seco “¡Espere!”. No daba crédito a tan rotunda voz de aquél que allí no debiera estar y accionado como por un resorte automático mi embravecido cuerpo llamó otra vez. “¡Espere! Otra vez tan oscura súplica a mi llamada en mi valor dejaba huella. Un "espere" y nada más.

Y esperando, en vano esperé a que el morador de aquella estencia, que con tanto fervor me mandaba esperar, abriera de par en par la puerta para rebelar ser un sirviente o alguien más. Pero al no abrirse tal puerta mi encontrada gallardía volvió de nuevo a actuar y abriendo yo mismo cruzé la entrada de piedra y allí ... vi a nadie. Soledad y nada más.

“Alguien que habrá escapado” me dijo mi alterada mente buscando explicación. Pero en aquella estancia, tan sólo una ventana alta, que de un risco era atalaya, rompía la fría monotonía de paredes de piedra y viejos muebles. Y es que allí nadie había que vivo pudiera estar. Solo espectros, nada más.

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Este cuento fue parte de la lectura de cuentos de la Estelcon 2009 en Cardona. Es una versión de dos leyendas de Cardona adaptadas a la Tierra Media. Los que la han escuchado dicen que tiene un tono parecido a Gustavo Adolfo Bécquer lo cual es muy de agradecer, pues el relato está inspirado, no en él, sino en Edgar Allan Poe.
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