Érase una vez un cuervo hambriento, que volando por el bosque vio un arbusto de jugosas bayas y bajó a picotear una de ellas.
- ¡Eh! ¿Qué haces? - exclamó el arbusto al ver que lo picoteaban con una voz que recordaba al viento. - Tú eres un ave carroñera.
- Sí – se defendió el cuervo – pero en este bosque hace tiempo que no hay carroña que llevarse al pico y estoy hambriento.
- ¡Nada, nada! - le respondió el arbusto airado – con tu picar a otra parte.
El cuervo alzó el vuelo y se posó sobre un árbol cercano. Allí vio una fruta carnosa y se acercó para picotearla.
- ¡Eh! ¿Qué haces? - protestó el árbol con voz de madera vieja. - Éstos son mis frutos y tú comes carroña.
- Lo sé, pero no hay carroña en el bosque desde hace días y tengo tanta hambre ... - se explicó el cuervo.
- ¡Nada, nada! Con tus plumas a otra parte.
El cuervo bajó de nuevo al suelo, ya sin fuerzas para volar. Allí, a la sombra del árbol, vio una seta exuberante que crecía entre las raíces. El cuervo titubeando se acercó a picotear.
- ¡Eh! ¿Qué haces? - le dijo el hongo con la aguda voz de todos los hongos. - Mis setas no son para aves carroñeras.
- Lo sé – dijo de nuevo el cuervo. - Pero no pruebo bocado alguno desde hace días y ante la falta de carroña algo tengo que comer.
- ¡Nada, nada! Con tu oscuridad a otra parte.
Y así fue como el cuervo, sin comer, se retiró a un claro del bosque. Allí, al cabo de unos días, murió de hambre. El arbusto, el árbol y el hongo lloraron un poco por él, pensando que eran los causantes de su muerte. Pero, como toda carroña, otros animales ya estaban alimentándose de él.
Fin
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